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Nos encontramos otro “pequeño desconocido” que viene a visitarnos: Miqueas. Atacó sobre todo a los poderosos, que abusaban del pobre para robar y oprimirlo, a los jueces corrompidos. También compuso magnÃficos poemas de salvación. Entre ellos, sobresale esta profecÃa. El MesÃas esperado nacerá en Belén, pequeña población en Judá y hará que los seres humanos puedan vivir tranquilos. Él será nuestra paz.
También será el causante de gozos inesperados. Si bien la liturgia nos recuerda los inicios de la vida del Hijo de Dios, sobre todo nos invita a mirar hacia el futuro en espera del regreso glorioso de Jesús, que empieza a hacerse carne en MarÃa. Todos los relatos de ciencia ficción que he leÃdo desde mi infancia, son distópicos. Todas las series y pelÃculas que se aventuran en el futuro son descritos como lugares terrorÃficos donde el hombre malvive entre el sufrimiento y la soledad. Qué oportuna es la Sagrada Liturgia que nos introduce en un horizonte donde la esperanza y la alegrÃa son los ingredientes principales.
No son espejismos. Consciente de las dificultades y los retos, de la maldad y el sufrimiento, aventura un futuro que arranca en el presente y se alimenta de un Dios que te ha creado para VIVIR. Hoy el Evangelio nos sitúa en las montañas de Judea. Una aldea sin nombre (puede ser la aldea de mi vida), una casa sin risas, porque no habÃa niños todavÃa. Unas sencillas mujeres han sido visitadas por Dios. El relato nos presenta a MarÃa y a Isabel (nos recuerdan a tantas mujeres extraordinarias de la historia de Israel: Sara, Rebeca, Raquel…). Con MarÃa y Jesús en su seno, también nosotros somos testigos privilegiados de lo acontecido en la casa de ZacarÃas. Es una escena donde la alegrÃa impregna todos los rincones de sus vidas. El gozo es encontrarse con Dios. No siempre buscamos la alegrÃa en los lugares adecuados. Algunos incluso pretendemos comprarla o venderla.
El júbilo perfecto viene del encuentro con el Hijo de MarÃa que nos sale al paso de forma discreta y muy pequeña. En la narración todo es pequeño (MarÃa, Belén, Nazaret), todo menos la dicha derramada. Es Adviento, Dios ha venido a visitarnos y recorrer nuestros caminos. Con su llegada lo imposible se hace posible, la esterilidad se vuelve fecunda.
Ramón Carlos RodrÃguez GarcÃa
Rector del Seminario
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