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El pasado domingo nos encontrábamos ante la llamada gratuita de un Dios que sigue buscando la amistad del ser humano. Tras la elección de los doce, nos adentra en la dinámica del Reino de Dios que se hace presente en Jesús. Hoy los tres textos tienen un trasfondo de invitación a la verdadera felicidad. LegÃtima y siempre vigente aspiración de la humanidad. JeremÃas la asocia a quien deposita en Dios su confianza.
El salmista la revitaliza en aquellos que han aprendido a susurrar y gozar la Palabra de Dios en todos los momentos de la vida. San Pablo prolonga sus raÃces en sembrados que van más allá de este mundo. Si nuestra esperanza se reduce al ámbito biológico/histórico/cultural/social, nuestra esperanza es pequeña y siempre se encontrará indefensa ante el reto de la muerte que sin Cristo Jesús nos convierte en los seres más desgraciados del universo conocido. Frente a todo intento de reducción del crecimiento humano, el Evangelio sigue ofreciendo una brisa renovada para quienes se ofuscan obstinadamente en el fracaso o viven bajo el yugo de las múltiples injusticias. Jesús nos presenta la gran carta magna de la felicidad, el texto de las Bienaventuranzas. Para evitar el desconcierto inicial, hemos de situarnos en la “altura” adecuada. No estamos ante el Sermón de la Montaña de Mateo que busca releer la figura de Jesús a la luz de Moisés, sino en el “sermón del llano” de Lucas. La intención del evangelista es situar a Jesús junto al pueblo, inserto en la muchedumbre necesitada de verdadera luz que ilumine todos los tiempos de su existencia.
Sorprende sin embargo que las palabras de Jesús al modo de un afilado estilete, rasguen la aparente bondad de las mundanas corduras. Menciona dichosos a los que el mundo considera desgraciados. Una serie de apasionados lamentos, cuestionan el modo en el que hemos orientado el ficticio progreso de la sociedad. Una mirada atenta nos hace sospechar que sus palabras se dirigen al centro de una velada desconfianza: algo no va bien. La felicidad no proviene de los acontecimientos sino de Aquel que los respalda. ¿Dónde ponemos nuestra confianza? Dichosos si es en Cristo.
Ramón Carlos RodrÃguez GarcÃa
Rector del Seminario
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