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Muchas cosas que sé del fascismo, mejor, del comportamiento fascista, se las debo a Wilhelm Reich y a su ‘Psicología de masas del fascismo’. No es fácil desentrañar ese mejunje que gira en torno al principio supremo de autoridad –el grado enaltecido del poder, por lo que supone de sumisión. El poder de este estilo radica en la fuerza, en la violencia, la guerra y la victoria. La autoridad es el poder por excelencia: ‘no puede perderse la autoridad’ se sigue diciendo de los padres e hijos –nunca de la persuasión, de la comunicación, del juego. Claro que esa autoridad cobra sentidos distintos según su aplicación: en la justicia, por ejemplo, la autoridad la marca la ley y el deber de ser cumplida –esto significa que la ley puede hormarse según intereses y puede ser manejada por técnicas, no por ejemplaridades. Ni los consabidos derechos humanos son la última palabra porque pretenden ser inamovibles. Y así todo.
La autoridad cobra cuerpos distintos en distintos momentos, pero donde la autoridad no es interpretable es en sus símbolos, en sus objetos externos, en los individuos que portan esos contenidos, en la jerarquía y en la historia consabida, en el populismo que la soporta y valora en tanto que masa, grupo informe de discutida procedencia y destino. No es extraño, por tanto, el caudillismo como símbolo antitético del igualitarismo. Franco supo combinar los símbolos de la cruz y las pistolas en un soporte social enardecido por una victoria vergonzante, y así pudimos comprobar cómo los Santos y las Vírgenes se mezclaban con las armas, se mezclaban curas con militares y políticos, formando una simbología del poder autoritario subsumido en la unidad del ‘ordeno y mando’, del grito y la obediencia, como hacen los maltratadores de mujeres.
Ese mejunje es difícil de separar, pero es fácil de ver: lo vi la otra mañana en la plaza Virgen del Mar, en la ofrenda de flores. Allí militares, curas y políticos compartían el mismo espacio separados de la ciudadanía que miraba desde la acera. Quedaba plasmado el alarde de poder y la historia lejana de la que no ha sabido separarse nuestra Corporación, como sí lo han hecho la corporaciones municipales de Barcelona, Valencia, Zaragoza, Madrid, Cádiz y un largo etcétera en pueblos y comarcas. Nosotros seguimos en la órbita de la psicología de masas del fascismo. ¿Cómo es que el equipo de gobierno municipal de nuestra ciudad no ha recaído en la obviedad de unas fiestas de la sociedad civil, en vez seguir apostando por la sociedad estamentaria?
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