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Antonio Pérez Pérez. Periodista
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Muchos de nosotros llevamos casi un mes confinados en nuestros domicilios de forma preventiva contra el coronavirus COVID-19. Esto ha provocado que nuestras vidas hayan cambiado de forma radical y nos hayamos introducido en un mundo casi desconocido: nosotros mismos.
Al comienzo de esta situación excepcional y a la vez peligrosa para nuestras vidas, subrayo esto para los que aún crean que lo que vivimos es una superproducción de Hollywood, los supermercados comenzaron a escasear en productos de higiene y en particular de papel higiénico. Hemos visto por televisión como la gente histérica, al estilo de las películas de Ciencia Ficción y desastres biológicos, se llevaba decenas y decenas de paquetes como si de esto dependieran sus vidas. Miles de especulaciones y explicaciones psicológicas han llegado a la conclusión de no saber qué es lo que ha ocurrido.
Pero, pasadas ya dos semanas, al igual que con el misterio del papel higiénico, productos como la harina, la levadura y los huevos han comenzado a desaparecer de las estanterías de los supermercados y grandes superficies. En este caso no son los psicólogos sino los reponedores los que no pueden dar crédito a lo que ocurre, ni tampoco pueden dar una fecha concreta de abastecimiento de estos productos que se han convertidos en auténticos artículos de lujo.
Parece ser, como he comentado antes, que hemos entrado en un mundo incógnito como es nosotros mismos. De repente, en este confinamiento hemos descubierto nuestra vena pastelera y panadera. Ese chef que todos tenemos escondido en nuestro interior ha salido a la luz como un auténtico pseudofamoso de programas de reality show. En pocos días, hemos convertido nuestra casa en un plató improvisado de Masterchef casero cuyo único jurado, a menos que vivan solos, es nuestra propia y paciente familia y, quizás, algún valiente vecino que se atreva a probar nuestras nuevas creaciones culinarias.
A partir de esto, las redes sociales sí se han llenado de cientos y cientos de fotos y vídeos de recetas elaboradas por estos nuevos, y tal vez algunos de ellos prometedores, Arguiñano, Berasategui, José Andrés, Arzak, Ruscalleda, de Castro, Puigdevall entre otros muchos e ilustres cocineros y cocineras que tenemos por toda la geografía española.
Durante estos días, ¿quién no ha saboreado con la vista un surtido de galletas caseras de todos los sabores habidos y por haber en Youtube, Facebook o Whatsapp? Todos tenemos una libreta en la que hemos apuntado recetas que, quizás, nunca vayamos a hacer. Por delante de nuestros ojos han pasado platos tan exquisitamente elaborados (sírvase también de ironía) como el pollo a la cerveza, paellas la cual más variopinta, papaviejos, leche frita, tortillas de patatas de lo más variadas con o sin cebolla (una discusión sin fin), carne con tomate, migas, trigo, gurullos, borrachillos y un sinfín de manjares que han conseguido que la operación bikini quede suspendida de forma definitiva y la báscula haya huido despavorida de nuestras casas.
Queridos nuevos “cocinillas” que han descubierto una nueva forma de pasar este confinamiento que nos ha tocado vivir: no dejen de pasar buenos ratos frente a una cocina con su pareja o con sus hijos y que ellos también participen de esta nueva experiencia. Todos, o casi todos, estamos cambiando y reinventando nuestras vidas, seguro, a mejor.
Gracias por cumplir con las normas. Hagamos una nueva vida para chuparnos los dedos.
Antonio Pérez
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