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Una de las características que tiene el tiempo litúrgico de adviento es que no tiene una extensión concreta de días. Su duración la determinan los días que se extiendan entre el cuarto domingo de adviento y la celebración de la Navidad. Por eso, el tiempo del adviento varía de un año a otro. Este año, nos encontramos casi con el tiempo de adviento más largo que puede darse, puesto que la Navidad se celebra un viernes.
Puede parecer que esta casualidad temporal no tenga mayor relevancia, pero los cristianos debemos mirar con ojos diferentes la realidad y ser capaces de ver la intervención de Dios en nuestra historia. También en los pequeños detalles. Por ello, deberíamos plantearnos vivir de manera más intensa este adviento tan particular que estamos viviendo, dadas las circunstancias sociales que lo están marcando.
Este año se nos ofrece la oportunidad de dedicar más tiempo a la contemplación del misterio de Dios que sale a nuestro encuentro. El evangelio de hoy nos habla del ofrecimiento que Dios hace a una mujer de Nazaret para que sea la madre de su Hijo. Nos relata la sorpresa de María, la Virgen, ante un ofrecimiento semejante. Al mismo tiempo que nos cuenta cómo, por encima de la sorpresa, ella aceptó.
En una Navidad como la que se aproxima, despojada de muchos de los elementos que la recubren y, a veces, la trastocan, Dios nos ofrece la oportunidad de un tiempo mayor para contemplar la obra de su amor en nuestra vida. En medio de las prisas de nuestro día a día, de los muchos problemas que nos surgen y que nos embotan el corazón y la mente, Dios nos invita a que hagamos un alto en nuestra vida y nos centremos en lo esencial: el profundo amor con que nos ama, su providencia paternal y su paciencia infinita, que llamamos misericordia.
Dios nos ofrece un adviento más largo para que apartemos las falsas seguridades en las que hemos fundado nuestra vida, tomemos conciencia de nuestra pequeñez y en humildad, como la Virgen María, seamos capaces de acoger a un Dios que sale a nuestro encuentro para darnos la salvación.
Ante un niño nadie puede sentir miedo, solo amor. Por eso Dios ha escogido este camino para acercarse a nosotros. Pero en la pequeñez también es muy difícil reconocer al Todopoderoso, hace falta un corazón como el de María, la Virgen, que sabe reconocer la propia pequeñez ante la cercanía de Dios. Ella es el modelo que nos enseña la manera de vivir estos últimos días del adviento para que en el silencio de nuestra cotidianidad podamos aprovechar este tiempo extra que Dios nos ofrece.
Victoriano Montoya Villegas
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