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Me adentro en la Factoría de Don Simón en Jumilla a cargar 33 palets de Tetabrik destino Tatabanya (Hungría). Tres días y medio después, paso Viena y me encuentro en la frontera húngara. Me da el alto un guardia en que por su aspecto y buena dicción al dirigirse a mi después de echarle una ojeada a mi matrícula, me figure que sabía varios idiomas y bien podía, como políglota, estar mejor empleado como asesor de Aznar en la Cumbre de la OTAN que debido a su torpe dicción del inglés nos metió en una guerra absurda.
El hombre, chapurreando un entendible castellano mezclado con algo del italiano, me recabó los papeles y parece ser que no entendió uno de ellos por lo cual, me invito a abrir el portón del frigo. Una vez abierto, reculó sus pasos y con ojos desorbitados, me increpa:
- ¿Tetabrik Don Simón y encima blanco? ¡No me extraña que esta gente arme una revolución de vez en cuando! ¡Inconsciente...! ¡En vez de vino lo que usted trae son cañones…!
Baje mis ojos al suelo avergonzado dirigiendo mi mirada a mis zapatos como haciéndome partícipe del caos y desorden que puedo ocasionar con mi mercancía, aunque me alivio un poco el no llamarme terrorista. Seguidamente, me mando cerrar el frigo “cuyos efluvios que emana, no dañe a gente inocente” y se dirigió a su oficina, cabizbajo, supervisando los papeles mientras andaba.
Viendo su tardanza, puse el Tacógrafo en cama, me bajé de la cabina y esperé pacientemente el regreso del “políglota”. Tenía miedo que revisara el Comunitario que, debido a su caducidad internacional, su ámbito de recorrido se limitaba sólo a no salir del perímetro de Carboneras.
Se disculpó de la tardanza y me soltó que acababa de actualizar el pasaporte por lo que pueda pasar después de que yo descargara el vino. Me alargó los papeles y tuvo el detalle de confeccionar un gráfico con el sitio de descarga y la salida del periférico de Budapest, detalle que agradecí mientras intentaba convencerlo que hoy en día, un vino no puede provocar una guerra civil.
Operarios en camisetas con bozal y protecciones en sus narices, me esperaban en el muelle de descarga. Un funcionario salió con unos papeles conminando a esos operarios a depositar la carga en un sitio que parecía un bunker de Prevención de Efectos Espontáneos. Una vez vacío, todo en regla, me dirigí a una aldea de la ciudad de Banja Luka (Bosnia Herzegovina) para cargar manzanas para el mismo Don Simón en su Factoría de Gador, (Almería) Yumbos de mil kilos de manzanas se iban depositando en mi frigo durante toda una noche. Tenía que hacer las horas de descanso sin despegarme del muelle lo cual el encargado aprovechó para enseñarme una manzana, abrirla por la mitad y soltar un jugo donde la piel quedaba seca…, más seca que una soltera reprimida con el Rosario en el cuello: Era todo jugo la dichosa manzana...
Ya a salvo de mis horas de descanso, despegué mi frigo del muelle en ruta hacia Trieste - frontera con Croacia - y entregué la copia del Certificado de Sanidad escrita a mano y el sello del cortijero manzanil. En España, me entero que había ciertas revueltas sociales en Hungría en la que yo, indirectamente, ya me consideraba causante provocándome cierta crisis de culpabilidad.
Juan Marcelo
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