|
|
| PUBLICIDAD
|
Esto es algo que algunos guionistas adivinaron a finales de los años ochenta, cuando descubrieron que empezaban a perder de vista el límite entre comedia y drama. Se sacaron poco a poco de la manga un subgénero en el que cupieran sus nuevas necesidades narrativas, la dramedia.
Incluso la creación de su nombre tiene algo de voluntad al utilizar un acrónimo inventado “ad hoc”. Ni “dra” es una variante que se use generalmente para referirse al drama, ni “media” supone una variante léxica de “comedia”.
¿Entonces por qué la invención de un subgénero? ¿Es que no tenemos bastante con los existentes? ¿Son razones formales o de contenido las que impulsan a algunos guionistas a saltarse las televisivas y aristotélicas normas?
Pues creo que ambas. Formalmente hay motivos, como la duración de los episodios, creados básicamente para canales de pago y sin cortes publicitarios. No queremos ni imaginarnos la liberación que para un guionista supone olvidarse de esos manidos cliffhungers de guión antes de un corte publicitario, de la unidad de espacio, de la estandarización de su producción, de la consabida estructura narrativa, de la realización fotográfica convencional, de la creación del humor a través de chistes en el diálogo y gags visuales y sonoros, de los temas tradicionales y personajes basados en estereotipos y, sobre todo, de la desaparición de las risas enlatadas…en fin, qué liberación deben sentir estos escritores pudiendo prescindir de todos estos encorsetamientos formales.
¿Y en cuanto al contenido? Aquí la revolución parece definitiva y estamos ante el género más provocador y arriesgado de los últimos tiempos y absolutamente propio de un principio de siglo como Dios manda. La dramedia no acepta los tabúes relativos a sexo, violencia, racismo, discapacidad, enfermedad…Desde su comienzo se ha ocupado de temas que años atrás se considerarían escandalosos, desde luego nunca aptos para inspirar una ficción emitida en prime time. Profesores de instituto reconvertidos en traficantes, traficantes y sexis amas de casa capaces de vivir relaciones sexuales interraciales, homosexuales obsesionados con la creación de familias con valores tradicionales, madres enfermas de cáncer que se niegan a recibir tratamiento y deciden independientemente de las necesidades de sus familias, madres sanas que también deciden anteponiendo sus intereses, enfermeras y médicos drogadictos, mujeres hablando de sexo como hasta ahora sólo lo hacían los hombres…
En definitiva, la gran liberación del espectador, la supuesta catarsis, no viene dada por escenas de una gran intensidad emocional ni desternillantes diálogos que frivolicen o pasen por encima de los temas. Ambas cosas existen también, por supuesto. Pero lo que sitúa al espectador atento a la pantalla, además de cuestiones formales, es la actitud. La actitud del narrador ante lo que cuenta y la de los distintos personajes ante lo que viven. Una actitud parecida a la que todos necesitamos para encarar el día a día de nuestras vidas sin hacer grandes dramas de lo que nos ocurre, ironizando un poco los prejuicios de nuestros vecinos más conservadores, pero sin olvidar los auténticos lazos emocionales que nos unen a los nuestros. Es gracioso si lo pensamos, pero la mayoría de estos personajes protagonistas supuestamente transgresores, tienen como principal motor el amor a su familia y el respeto hacia lo que consideran justo.
|
