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La enseñanza de la religión en la escuela se basa, por una parte, en el derecho de los padres a la formación religiosa y moral de sus hijos según sus convicciones y, por otra, en la contribución que esta enseñanza proporciona al pleno desarrollo de la personalidad del alumno, finalidad que la Constitución Española asigna a la educación escolar. A esta finalidad responde la enseñanza religiosa con la oferta de la dimensión religiosa y trascendente para la formación integral del alumno, como un área más dentro del sistema educativo y mediante el diálogo de la fe con la cultura.
Así, una enseñanza que se diga integral y que desconozca o que ponga al margen la dimensión moral y religiosa de la persona sería un obstáculo para una educación completa del alumnado. En la actualidad se está perdiendo esta visión. Se pone en juego la libertad de educación, es decir, la libertad que tienen los padres a la hora de elegir la educación que desean para sus hijos. En efecto, el Estado tiene el papel de subsidiariedad, de velar y proveer que tal fin se realice, pero, aunque haya dicho recientemente que en este ámbito “los hijos no pertenecen a los padres”, lo verdaderamente cierto es que el principal encargado y responsable de la educación de los hijos son los padres.
De hecho, los católicos, como ciudadanos que también son y que pagan los mismos impuestos, piden a la Administración del Estado que incluya en la programación escolar la formación religiosa que responde a sus convicciones y, al mismo tiempo, como católicos piden a la Iglesia que garantice esa formación en sus contenidos y métodos. Así, en ambos casos se trata de un derecho y de un deber de los ciudadanos católicos. En otras palabras, la enseñanza religiosa entra en la escuela pública -dentro del marco de la democracia- en virtud del derecho de los padres y de los alumnos, pues el derecho radical está en ellos y este es un capítulo fundamental del derecho a la libertad religiosa.
Es más, la enseñanza de la religión en la escuela constituye una visión antropológica abierta a la dimensión trascendente del ser humano. Además, posee competencia propia y especificidad respecto a otras asignaturas escolares. Pero también hay que tener en cuenta el hecho de diferenciar entre catequesis y enseñanza de la religión en el ámbito escolar. De tal manera, que esta última es complementaria a la catequesis en cuanto que no solicita adhesión de fe, pero transmite los conocimientos sobre la identidad del cristianismo y de la vida cristiana. Por ello, la asignatura de religión debe situarse con la misma exigencia de sistematicidad y rigor que las demás materias, promoviendo un auténtico y enriquecedor diálogo interdisciplinar que llevará al equilibrado y ponderado marco de una incluyente educación integral.
Jesús García Aiz
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