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… y el vecino, experto en rituales funerarios ancestrales, confió en mí las llaves de su casa debido a que tenía que hacer un viaje a la Patagonia en su busca de personas que hayan muerto más de una vez. Ya sabía de mi honradez, dignidad e integridad personal. Rectitud y lealtad a quién confiara en mi llevando siempre como estandarte el tótem de la fidelidad como hombre justo en sus decisiones honestas.
El motivo de esa confianza era para regarle las plantas de su jardín y quitarle el polvo a las doce calaveras que adornaba una vitrina la cual presidia el salón de su casa y que había colocado entre ellas una especie de felpudo con el lema “Bienvenidos a vuestro futuro”
Por visitas anteriores espontáneas, ya sabía dónde escondía las veinte monedas de plata en un doble fondo de un cajón que debido a mi pureza personal - muy reconocida y que tanto merecía por trabajadores premiados por llegar puntualmente a su trabajo- no tocaba. Su colección de vinos tan antiguos que hasta el Dios Baco desconocía empotrados en un estante camuflado detrás de la nevera. Tres pijamas a rayas debajo de la almohada.
Mi comportamiento moderado y recato absoluto que aplauden y ovacionan todos los que me conocen, me llevó a descubrir, una vez sólo en su casa, que, en la tapa de la Tele, escondía billetes de diferentes nacionalidades. Un maletín debajo del sofá donde se exponía toda clase de artilugios de excavaciones y dos tratados de Tanatopraxia.
Enterrado en el jardín - debido a mi innata mesura, tacto en la discreción y moderación que ya consta en el libro “Comportamientos Vecinal Exigible” – encontré doce botellas de orujo fermentando en el estiércol de su jardín. Vuelvo a apelar a mi discreción en casa ajena: La prudencia y sensatez, como arma a esgrimir, siempre me ha acompañado de modo que dejé cada cosa en su sitio, regué las plantas, le eché una última mirada a las calaveras que debido a mis visitas en la casa no se habían movido ni sentirse incomodas con mi presencia y cerré la puerta.
Mi integridad; asignatura que ya se estudia en los Colegios de Impagos…, ¡siempre adelante! ya que mi comportamiento social ha sido idealizado y secundado por muchos estudiosos del comportamiento que requiere la tan saludable discreción.
Estuve en mi casa cavilando en todo lo encontrado en casa del Paleontólogo y un concepto de virtuosidad en mi persona quedaba todavía por descubrir y que ignoraba: De pudor, ética profunda, y casto en resoluciones que no dañen a los demás, me faltaba la inducción de la EQUIDAD. Esa cualidad de compartir y repartir por igual para ser equitativo en dar a cada uno lo que se merece en función de sus méritos y atributos. Así que me encaminé de nuevo a la casa del vecino y bajo una honrosa e impronta decisión acertada…, ¡la asalté y le robé la mitad de las monedas, orujos, billetes! secundando mi noble fin impoluto de vanidad, aunque tuve el detalle y rasgo intachable de no infundirme en uno de sus pijamas a rayas – que envainado, parecería un prisionero de Dachau -y que, debido a mi mesura y reservas, no resultaba interesante en trasladar tales vestimentas. También la posibilidad de llevarme la mitad de las calaveras debido a mi afamado y destacado buen gusto por las bellas artes cuando llegué a la reflexión y conclusión que…, “no deben mostrarse a los lectores situaciones terribles y sutilmente manejados no sea que acaben resultando hechos familiares y se acostumbren a ello”
Juan Marcelo
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