DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO
Lecturas: Nehemías 8,2-10: Todo el pueblo lloraba al escuchar las palabras de la Ley. Salmo 18: Tus Palabras Señor son Espíritu y Vida; 1 Corintios 12,12-30: Todos hemos recibido un mismo Espíritu por el bautismo. Evangelio de San Lucas 1,1-4; 4,14-21: El Espíritu del Señor me ha ungido para anunciar la Buena Noticia
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¿Cuál es el recorrido de una lagrima? Brotan de agotados ojos. Anidan en diversos corazones. Fragmentos de almas licuadas. No encuentran obstáculos ante los parpadeos intermitentes del sufrimiento y la alegría gozosa. Los surcos del rostro definen su trayectoria, labrados por los años que, tras áridas sequías, han aprendido a humedecerse de su destilar secreto. Su etéreo itinerario, porta el insoportable peso de batallas perdidas. Ahondan sobre las agradecidas mejillas, en su desbordante y a veces impetuoso y despreocupado desfile infantil. Aquellos hombres y mujeres convocados por el sacerdote Esdras prorrumpieron en un húmedo clamor. Muchos no conocían la tierra a la que volvían. Objeto de tantas conversaciones. Hecha carne sólo en sueños.
No encontraron casas a las que volver, campos que cultivar, Sin Templo sagrado que poblar con oraciones renovadas. Todo vacío, despojado, derruido. Almas vacías, despojadas, derruidas. En el aire aún flotaban las historias perdidas, las leyendas que hacían más insoportable el reencuentro. Sus costumbres trituradas, sus tradiciones traicionadas. Nada tenían, nada les quedaba… nada esperaban. A veces el pozo en el que la vida nos olvida, nos brinda el brocal de la Palabra.
Sus lágrimas se tornaron ante Nehemías en un susurro que agotó la tristeza. Una sola palabra encumbró todas sus palabras: El Señor es nuestra fuerza, su Ley nuestro gozo. Pero tanta lágrima que nuestra tierra conoce legañosa, se vuelve inútil ante la pobreza de su huésped. Desliza su parsimonioso deambular entre cautivos prófugos y ciega la luz que, empobrecida, es incapaz de iluminar las pupilas deseosas de verdadera libertad. Jesús volvió a convocar a una comunidad desconocedora de su singular destierro y sempiterno cautiverio. Sus palabras recrearon de sabor, la profecía encerrada en impaciente pergamino. Esa oportunidad está ante nuestros ojos, vanguardias del corazón, en cada celebración de la Eucaristía. Testigos de la Nueva Noticia que nos sacude de toda opresión. Llénate del manantial que no se seca e inunda los desolados corazones.
Ramón Carlos Rodríguez García
Rector del Seminario
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