II DOMINGO DE CUARESMA
Lecturas: Génesis 15,5-12.17-18: Dios inició un pacto fiel con Abrahán. Salmo 26: El Señor es mi luz y mi salvación. Filipenses 3,17-4,1: Cristo nos configurará según su cuerpo glorioso. Lucas 9, 28b-36: Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió
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Abandonamos el desierto, espacio idóneo para arrancar la singladura Pascual, con una mirada suave y desprendida de la molesta arenilla que busca dificultar el viaje. Sin ser abandonados por el tentador, nos adentramos en la montaña como lugar adecuado para tomar perspectiva y contemplar la vida. Es una oportunidad litúrgica que invade nuestras entrañas con aire puro.
El salmista nos va a proporcionar una inestimable ayuda para resumir en su canto de confianza y súplica el tema central de las lecturas de hoy: Esperanza en un Dios que es luz y salvación, aun en medio de las dificultades. Los personajes que aparecen en las lecturas son en muchas ocasiones presa del cansancio y del fracaso (Abrahán, Moisés, Elías, Pedro…). Nunca fueron héroes. Realizaron la misión encomendada conscientes de sus debilidades y abrumados por el encargo. Su fe en Dios fue su particular brújula.
Jesucristo su estrella polar. Acudiendo al compatriota Séneca, recordamos aquella estimulante cita: “el buen navegante, aun con la vela rota y destrozado el mástil, repara los restos de su nave y sigue su ruta”. La Eucaristía es “nuestro taller” que poblado de las herramientas y materiales que la Iglesia nos regala como madre buena, nos permite avanzar sin perder el “norte”. Vivimos nuestra travesía como osada tripulación en el mar embravecido del misterio de la vida.
En la Pasión y Gloria que hoy desprende el Evangelio de la Transfiguración, se encuentra realizado el don sacramental de la Eucaristía. El evangelista quiere subrayar que Jesús sube con los discípulos “para orar”. Es una bella característica del tercer evangelista el presentar a Jesús en los momentos más importantes de su vida orando. Entonces sucede lo inesperado. Irrumpe la Teofanía. Una voz revela la identidad de Jesús. Eco que la Iglesia no ha dejado de amplificar para que el ser humano disfrute de la nueva ciudadanía del Reino de Dios. El Padre con su voz confirma el sentido de la oración: reconocer a su hijo y no dejar de escucharlo. La Cuaresma es una invitación a contemplar el rostro siempre luminoso de Jesús a pesar de la alargada, escalofriante y oscura sombra de la cruz.
Ramón Carlos Rodríguez García
Rector del seminario
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