Todos somos Tomás. Todos podemos llegar a ser como Santo Tomás. Todos podemos ser dichosos

DOMINGO II DE PASCUA

Lecturas: Hch 5, 12-16: Crecía el número de los creyentes, una multitud tanto de hombres como de mujeres, que se adherían al Señor. Sal 117: Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia. Ap 1, 9-11a. 12-13. 17-19: Estuve muerto, pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos. Jn 20, 19-31: A los ocho días llegó Jesús

Este domingo con el que finaliza la octava pascual, fue conocido durante muchos siglos bajo el nombre de Dominica in albis depositis. Los neófitos que habían sido bautizados en la noche de Pascua abandonaban sus inmaculadas vestimentas. San Juan Pablo II lo “bautizó” como el Domingo de la Divina Misericordia. El criterio es más devocional que litúrgico. Nuestra mirada vuelve a posarse en la asamblea, a los ocho días como los primeros discípulos.

No basta el Domingo de Pascua para celebrar la Resurrección. Tenemos que superar la tentación de pensar que con la Cuaresma y la Pascua todo ha finalizado. Tenemos por delante cincuenta días del Tiempo Pascual para seguir gozando de la presencia del Resucitado. Tampoco aquí acaba el disfrute. Existen otros cincuenta días en el año para degustar el feliz acontecimiento: son los Domingos. Todos los domingos son Pascua.

La Liturgia de la Palabra nos regala hoy el tercer sumario del libro de los Hechos de los Apóstoles, sumergiéndonos así en la vida de la primera comunidad cristiana en Jerusalén. Destaca la actividad sanadora y cómo influyen en los testigos tales acontecimientos. El número de hombres y mujeres que se adhieren a la comunidad no deja de crecer. Hoy parece que aceptamos con resignación el movimiento contrario. Nuestras asambleas decrecen y rostros más envejecidos pueblan nuestros templos ¿No será por la falta de una vivencia más autentica de la fe por parte nuestra? La aparición de Tomás es realmente providencial.

Es consoladora la intervención del apóstol que duda. Sus dudas como las nuestras son acogidas con el mismo amor y simpatía. Jesús sigue acompañándonos en nuestra búsqueda. Cuando dudamos, puede que el Resucitado esté si cabe, más cercano de lo que pensamos. El Cardenal Newman nos regalaba esta frase: “La fe es la capacidad de soportar la duda”. Cuando celebremos la Eucaristía hagamos nuestra la hermosa oración del discípulo: “¡Señor mío y Dios mío!” Siéntete dichoso de creer sin haber visto, pero de paso, aprendamos a ver la vida con los ojos de la fe.

Ramón Carlos Rodríguez García

Rector del Seminario

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