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Ocho individuos armados, perpetran un atraco en un aeropuerto belga y se apropian de 37 millones de euros en diamantes. No hubo victimas ni alarma pública. Todo planificado y secundado con la máxima precisión y detalle. El furgón que contenía dichos diamantes, (la información de que se dispone no precisa si los mismos iban destinados a las familias víctimas de desahucios) fue desvalijado sin alterar el pasaje. Pasaje más preocupado por el menú a bordo que por el atraco que se cometía en esos momentos. Cinco minutos les bastaron a los atracadores para salir airosos de la misión.
Es de imaginar que dichos delincuentes optaron por un País como Bélgica ante el temor de que siguiera el vuelo hasta España donde ya está todo desvalijado y se encontraran a muchos Bárcenas con peinetas esperando con cierta impaciencia el aterrizaje.
Es un dicho popular el que se hagan las cosas despacio para que todo salga bien. Aquí, en nuestro País de imagen y semejanza, se hacen las cosas deprisa, aunque todo salga mal. Siempre navegando entre la ilegalidad y lo prohibido. Es el complemento para el pronto enriquecimiento, aunque a la larga, el barco toque fondo. Después se emplean métodos poco convincentes para eludir responsabilidades siempre amparadas en la magnitud de nuestra justicia arcaica y trasnochada. Así tenemos, que los presuntos evasores de capitales, pardillos/técnicos de la corrupción, sobornos y estafas, no les importe comparecer ante el Juez. Siempre arguyen colaborar con la justicia cuando son ellos los primeros encauzados. Tretas y artimañas chapuceras para eludir cargos y quedar impunes. Saben que una celda no es muy acogedora, pero es preferible resignarse a ella para después disfrutar lo que usurpo. No devuelven nada y son capaces de exteriorizar cierta dignidad. Dignidad que no le va a impedir disfrutar de lo acumulado en paraísos fiscales.
La interpretación de esta dualidad es muy simple: Unos se apropian de lo que difícilmente vamos a llegar a poseer (diamantes) mientras otros atesoran lo que es nuestro (dinero público).
Los truhanes de medio pelo hispanos, tenían que ser asesorados o aconsejados por los del aeropuerto belga. No dañaron para nada la economía ni la imagen de un País. Quizás los únicos perjudicados hayan sido los que enviaron esa remesa, pero estoy seguro esa frustración no les van a traumatizar para dejar de comer todos los días. Siempre tienen previstas reservas.
No trato de justificar a los hábiles atracadores del furgón belga. Cualquier delito resulta censurable, pero es muy cierto, que no necesitamos una lupa para observar el número de trepas, golfos, randas y picaros que día a día surgen en nuestros País. Pelagatos encanecidos y nueva cohorte de ilustres apellidos pasan a engrosar un corral ya rebosante del apropio indebido dejando al gallo como mera comparsa. Quizás por ello, ha despertado cierta simpatía y hasta cierta satisfacción que otros -los del furgón - hayan optado por esquilmar a poderosos importándonos muy poco no participar en el reparto.
¡Ole sus reaños!, sería el clamor general en referencia a estos atracadores. Un día serán capturados o descubiertos, pero es muy posible que esa captura no despierte ningún alborozo social. Deseoso estoy que alguien atraque un furgón con la documentación de corruptos, malversadores y defraudadores de este saqueado País. Sin duda el; “Y tu más…nosotros mucho menos…” seria la canción del verano.
Mientras, se juzga a dos ejemplares que hicieron en plena pandemia su negocio donde queda expuesta la imaginación tan española para hacer de un caos sanitario sus entramados para enriquecerse.
Juan Marcelo
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