DOMINGO XIII DEL TIEMPO ORDINARIO
Lecturas: 1 Re 19, 16b. 19-21. Eliseo se levantó y siguió́ a Elías. Sal 15: Tú eres, Señor, el lote de mi heredad. Gál 5,1.13-18: Habéis sido llamados a la libertad. Lc 9, 51-62: Tomó la decisión de ir a Jerusalén. Te seguiré́ adondequiera que vayas.
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Dios sale al encuentro. La liturgia de la Palabra nos sitúa en un espacio de llamada y respuesta. La iniciativa siempre pertenece a Dios. A través de las mediaciones humanas y de las diferentes esferas de convivencia, incluso a pesar de la aparente adversidad de las situaciones vitales que nos toquen atravesar, Dios nos llama. Este es el caso de Elías en la primera lectura, cansado por los conflictos de su misión recibe el mandato de ungir a Eliseo como su sucesor. Las exigencias que tiene que afrontar el profeta de los profetas, no es nada comparado con las exigencias que Jesús desplegará en el Evangelio. San Pablo nos muestra que sólo así adquirimos la verdadera libertad (en nuestra relación con Jesús, bajo el esquema del diálogo y la generosa entrega). La “Libertad” es una hermosa palabra que ha sido prostituida y desvirtuada en demasiadas ocasiones a lo largo de la historia.
Un sueño y un suspiro sempiterno para quienes poblamos, el que es denominado “valle de lágrimas”. Quién no ha gritado, susurrado o pensado: ¡Quiero ser libre! Pero la humanidad o nuestra historia personal se libra de ciertas formas de opresión para inmediatamente caer en otras. Nos sacudimos unos amos para arrojarnos en brazos de otros iguales o peores. Se fracturan unas cadenas para forjar otras más pesadas. Cadenas que incluso bajo una apariencia estética atractiva y deseable, imposibilitan la libertad ansiada. ¡Cristo nos ha liberado para que seamos libres! Aunque nos sorprenda, tenemos miedo a la libertad (Erich Fromm).
La libertad no plantea menos exigencias que Cristo. Me atrevo a decir que ambas realidades están intrínsecamente unidas y que esta se alimenta y encuentra en el Señor su verdadera expresión. Cristo es el modelo y paradigma de libertad. No es libre quien se envuelve en el egoísmo o en la depredación del prójimo. Libre es quien ama a su prójimo como a sí mismo, quién se vuelve verdaderamente prójimo de los demás, dejándose guiar por el Espíritu de Dios. Quien permite reelaborar su desorden interior, impulsado por el Espíritu donado por Cristo. Tanta libertad propuesta, regalada, compartida…causa vértigo. La celebración de la Eucaristía es el espacio privilegiado para degustarla.
Ramón Carlos Rodríguez García
Rector del Seminario
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