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Mi entrada triunfal por Urgencias en el Hospital Torrecárdenas no podía ser menos que aclamada. Veteranas enfermeras desprendían hacia mí su admiración y reconocimiento pese a la mascarilla. Víctima de un tercer conato de infarto, apareció el cardiólogo con mi historial en mano y me espetó; “Marcelo, lleva usted con estos tres infartos debido al tabaquismo y se me presenta aquí con una camiseta de la Philip Morris en plan provocativo; ahora, me preguntará sin dudas. como ocurrió en El Toyo con otro doctor cuantos son legalmente los infartos permitidos y su exigencia de que lo instalen en la sala de fumadores”
Sentado en una silla de ruedas, bajé la mirada avergonzado mientras el doctor se alejaba de mi y un enfermero que había escuchado todo me obsequio con un “graciosillo el nene”que contribuyó a anular aun más mi deteriorada autoestima.
Doce días entre pruebas y pruebas y finalmente me envían a Granada cuyo Centro se ubicaba en el Polígono Industrial de Peligros que considere premonitorio de lo que a través de un TAC podían encontrar en mi cuerpo. Resultado de ello un pulmón dañado y el otro solidario que quizás le daría vergüenza quedarse atrás siendo compañeros.
Dos días después, hacía otra entrada no tan triunfal en la Bola Azul lo cual me molestó mucho esa indiferencia.
Cruzando los pasillos no dejaba de pensar que la conclusión y consecuencias que mi situación era someterme a Quimioterapia motivo instintivo de tocarme mi frondosa cabellera a cada paso que daba. La doctora confirmó mis temores y el día 19 de octubre tengo la primera sesión.
Me va a joder muy mucho la caída del cabello, pero no tengo más remedio que ir barajando opciones: ¿Un pañuelito tipo El Arrebato? ¿Una boina mostrando mi solidaridad con el mundo rural? ¿Un sombrero tipo Antonio Machado para darme un porte intelectual? ¿Una sudadera con capucha y el estampado de Lucky Strike? o ir pelón por la calle y que me confundan con un votante de Vox? No lo se.
El día 20, primera sesión de Quimio. Introduzco mi carnet en un aparato y me sale hora y entrada. Me siento y espero al lado de un individuo ocultando su “satélite” con un tocado surrealista que sin duda le ha aconsejado cualquier jefe de una tribu africana. A las dos horas me llaman y me dirigen a la sala de la Psico-Oncológica facultativa donde con suma habilidad indaga sobre mi vida anterior, épocas de amargo sabor o insatisfacciones personales. Simpática y relevante en sus funciones, me explica de modo entendible lo que es una Quimioterapia y sus consecuencias, así como el adentrarme en una nueva vida. Sus efectos posteriores y recomendaciones. Agradable charla que culminó acompañándome a la sala del Hospital de Día. La Spsico-Terapeuta se despidió con un saludo y entre dos enfermeras me sentaron mientras una de ella me quitó la chaqueta de donde se desprendió mi mechero. La enfermera lo recogió con una sardónica sonrisa y me pregunto, ¿Se lo recargamos? Le dije serio y digno, aunque irritado que no, que no lo voy a utilizar jamás, ¡que me ha puesto en evidencia…!
Cuatro horas de Quimio. Amabilidades de las responsables de la sala y música de los años 80”.
Cuando salí de allí no sin antes agradecer a las enfermeras sus atenciones y recordarle a la del mechero si lo había tirado o guardado la cual me contestó con aplomo que suele guardarlos en su caja de “Irresponsables pertinaces”
Una vez en casa, parece que la Quimio me ha rejuvenecido. Puede ser por la primera sesión, pero me encuentro sin dolores, vómitos, en cambio si he notado en la cama ciertas espontáneas erecciones que me hicieron recordar la primera vez que vi a Esperanza Aguirre en bicicleta. En un ciclo de cuatro sesiones, ya seguiré contando si el cuerpo me lo permite y mi humor no languidece, más anécdota que nos lleva paso a paso a estas situaciones nunca esperadas de esta manera que te cambia la vida con cierta brusquedad.
Juan Marcelo
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