Estado Insolidario

En la economía e ideología del modo de producción capitalista no cabe la solidaridad. Ni en la lógica, ni en el discurso del Estado capitalista cabe la palabra ‘solidaridad’; es una lógica apriorística que cuenta en su haber con una sección de la población abandonada a su suerte, que presume altos índices de paro y que la categorización de la subsidiaridad se asume de modo estructural más que de manera social. Es una pena -aunque este tipo de Estado no entiende de sentimientos- que nuestro Estado, el Estado que se inviste con el Reino de España, no tenga una sensibilidad mayor de cara a una gran masa de población que no sólo ha ido dejando decaer su calidad y nivel de vida, sino que además, una buena parte de ella, no tiene ya donde caerse muerta, pasa apuros y mira a la calle como su único espacio. Un amigo decía que faltará dinero, pero no comida. No sé hasta que punto esa gente podrá aguantar tanto tiempo malcomiendo.
La preservación de la propiedad privada o la privatización de los servicios públicos básicos es producto de una burda estrategia: dejar morir la efectividad, dejar de suministrar combustible la máquina para poder hacer un llamamiento al capital privado o, mejor, a la gestión de lo pagado por los ciudadanos, para cargar más las tintas en los usuarios. Aparecen por doquier, desde los ayuntamientos hasta la totalidad del territorio nacional grupos organizados emparentados con el gobierno para privatizar aquello que no es suyo, que le ha sido legado como mejor postor.
Lejos de nacionalizar los servicios públicos y subir los impuestos a los grandes capitales, ambas cosas se ven como una especie de herejía –podemos comprobar cómo no hay opinión pública ya para favorecer estos planteamientos-, el Estado, desde el ejecutivo, saetea al españolito a decretos-leyes, le aprieta el cinturón, le cercena derechos habituales y, sobre todo, lo neutraliza mediante un discurso político huero y proclive a la insensatez. El poder legislativo está oxidado por la jodida mayoría absoluta. Y el poder judicial ahí va, entre tecnicismos, burocratismos y algunos índices de lucidez.
Como decía, una pena; una verdadera pena, sin respuesta.

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