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Sí excluidos, porque no los vemos, no aparecen nunca porque para ellos no hay nada hecho, ni pensado. Son números para la estadística pero no para la vida, la vida cotidiana, no la vida como entelequia. Son muchos más de los que podíamos pensar, y son compatriotas, españoles que no cuentan no solo dentro de los parámetros de la economía, sino en los gustos por las cosas, los espectáculos, la sanidad, las vacaciones o los fines de semana, ni siquiera para estar en las cosas gratis, como los paseos o los parques, las playas. Son esos españoles en los que no piensa mister Rajoy cuando habla de la recuperación.
Son los que van a que les den de comer, donde sea, en comedores sociales, en casa de algún familiar, no importa demasiado; el caso es sobrevivir, pasar de un día a otro. Ese día a día que se hace insoportable porque han desaparecido las expectativas, mientras que otros, los menos, todavía las aprovechan. Una expectativa tan simple como la de tomar un aperitivo o un helado por la tarde, ir al cine o comprar un bañador para el verano que entra. Cosas así, de poca relevancia pero de mucho calado para aquel que no tiene nada. Nada es nada: se han acabado los subsidios y los salarios sociales.
Bipartidismo y corrupción. ¡Vaya binomio! Se coimplican como los bicondicionales absolutos de la lógica formal: uno es verdadero si y sólo si el otro también lo es; o si ambos son falsos, también en ese caso la bicondición es verdadera. Son inseparables y uno no puede entenderse sin el otro. Y así ha sido: a más mayoría absoluta, más corrupción. Todo eso es como una pelota, una bola de nieve que no para, y va in crescendo junto a la pobreza. La progresión (a más bipartidismo más corrupción, y a más corrupción más pobreza) podrá detenerse cuando el bipartidismo desaparezca.
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