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“Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad.”
Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América, 1776
La felicidad, la búsqueda eterna. ¿Qué nos hace felices? ¿Lo material? o ¿bien podría ser lo inmaterial? Cuando se instauraron las Repúblicas Contemporáneas, la Declaración de Independencia de USA, la de los derechos del Hombre y el Ciudadano de la Revolución Francesa, todas ellas hablaban de la felicidad.
La máxima de estas incipientes Repúblicas era conseguir la felicidad de su población, porque sin ella, cualquier sistema perdía su razón de ser. El tiempo ha pasado, se supone que se han ido avanzando en avances tecnológicos y sociales que nos traerán la felicidad. Siglos pasaron, décadas, años, ¿somos más felices que esos años? ¡Qué pregunta! Algunos dirán: “¡Faltaría menos! Esos pensadores e ideólogos de utopías solo servían para buscar la nada.”
Amanece, una nueva noche, ¿Pero no será un nuevo día?, No mi querido lector. El día cada vez es más aciago y oscuro. Ya no hay más sol, esos días tan brillantes que de mi adolescencia fueron desapareciendo a lomos de un capitalismo de mercado incesante y cruel. El ser humano es tan complejo. Mientras, las desigualdades crecen a un ritmo imparable, y un pobre piensa: “¿Cuándo terminará todo esto?”.
Esto no ha hecho más que comenzar, el mundo es un entramado demasiado cruel, mercantilista, injusto. Solo evolucionaremos como especie cuando nos demos cuenta que hay que ir a la fábrica para que el vecino pueda disfrutar de la electricidad y no por una gran venta de tu fuerza de trabajo al “mejor” postor.
Y mientras tanto, ¿La felicidad? ¿Eso? No es tan importante, el “dinero da la felicidad”.
Miguel Ángel Cayuela Berruezo.
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