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Opinión - Victoriano Montoya Villegas
Comentario Bíblico - 31/03/2019

Dos hijos y, lo más importante, un Padre

DOMINGO IV DE CUARESMA

Almeria 24h
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Dos hijos y, lo más importante, un Padre


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Cuando miramos una película que ya hemos visto o las imágenes de un partido de fútbol del que ya conocemos el resultado, sucede que contemplemos las imágenes o la narración con la resignación del que mira u oye algo que ha perdido el interés porque ya se conoce el final y, prácticamente, lo único que hace es esperar a que pase el tiempo y termine.

Es posible que al leer o escuchar este texto del evangelio de Lucas, conocido tradicionalmente como «la parábola del hijo pródigo», a nosotros nos ocurra lo mismo. Esta actitud hará que no percibamos la profundidad de las imágenes y las palabras que contiene este fragmento evangélico. Sin duda, uno de los más bellos textos del cristianismo, incluso, de la cultura y la tradición occidental. De hecho, lo primero que nos transmite el texto es que el camino escogido por Dios para comunicarse con el ser humano es la sencillez y la belleza.

Evitando caer en este error y fijando nuestra atención en el texto, no perderemos la profundidad del mensaje que contiene. Cuenta la parábola que aquel muchacho que se marchó de la casa del padre, una vez que había gastado todo lo que tenía, sintió hambre. Tanta hambre, que se puso a cuidar cerdos. No existe posibilidad de caer más bajo para un judío. Es estando en esta situación límite, cuando ya no solo no tiene dinero, sino tampoco dignidad ni esperanza, cuando comienza a pensar que en la casa de su padre hay comida suficiente. «Sintió hambre», dice el texto.

Evidentemente, el hambre que sentía aquel muchacho no le producía solo dolor de estómago, sino, sobre todo, dolor en el corazón. Sentía que su vida no tenía sentido. Pero a pesar de ello, se resistía a reconocer el vacío que sentía e intentaba llenarlo con las migajas, los despojos, de lo que el mundo ofrece como felicidad. Solo en el momento en que revisa su existencia, descubre que no tiene necesidad de mendigar una vida feliz, puesto que en la casa de su padre puede encontrar esa plenitud que tanto necesita. Con demasiada frecuencia buscamos en la miseria del mundo para saciar nuestra hambre de paz, mientras que Dios la da abundantemente.

Aquel hijo sintió la lejanía de su padre. Experimentó la sequedad, el hastío y la sequedad vital, lo que podríamos llamar: muerte. El ser humano experimenta esta sequedad existencial cada vez que decide recorrer la vida sin tener en cuenta a Dios. Frente a ello, es bueno recordar que la casa paterna está siempre abierta. Que no hay lugar para reproches, solo para ser abrazados. Con cuanta razón afirmó el gran san Agustín: «nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón no descansará hasta que descanse en ti».

Victoriano Montoya Villegas




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