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Opinión - Moisés S. Palmero Aranda
Educador ambiental y escritor - 05/07/2020

Rebrotes, incendios forestales y Gabo

La fatalidad del destino a la que nos enfrentamos cada día de nuestras vidas y que justificamos desde la creencia de que nada podemos hacer, que el tema no va con nosotros, que son otros los que deben hacer su trabajo

Almeria 24h
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Rebrotes, incendios forestales y Gabo


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Dentro de unos meses se cumplirán cuarenta años desde que García Márquez escribiese una de las grandes historias de la literatura universal, Crónica de una muerte anunciada. Una novela que desde su título avisa de un asesinato que termina produciéndose sin que nadie hiciese nada por evitarlo. Un triste desenlace que todos los personajes, que son muchos, pudieron haber impedido pero, no solo no lo hicieron sino que fueron aceptando cada uno desde sus circunstancias personales.

La fatalidad del destino a la que nos enfrentamos cada día de nuestras vidas y que justificamos desde la creencia de que nada podemos hacer, que el tema no va con nosotros, que son otros los que deben hacer su trabajo. Aceptamos los males que nos vienen encima con resignación, con indolencia, con la incapacidad de no saber qué hacer, con la creencia de que a nosotros no nos afectará.

Utilizo esta idea para hablar de dos situaciones de actualidad que en un principio pueden parecer muy diferentes entre sí pero que tienen muchas cosas en común. Hablo de los rebrotes en los contagios del COVID-19 y de los incendios forestales. Para demostrar que no desvarío prueben a sustituirlos por la palabra muerte y verán que el titulo de la crónica de Gabo sigue mostrándonos una poderosa historia.

Los rebrotes y los incendios de las últimas semanas no creo que a nadie les hayan sorprendido. Sabíamos que iban a ocurrir y sin embargo no hemos hecho nada para evitarlos. Podemos buscar cualquier excusa que queramos, y seguro que todas serán validas, pero no podemos olvidar, si tenemos en cuenta que las mascarillas no nos la puede poner nadie y que el 95 % de los incendios forestales son por causa antrópica, que la responsabilidad de cada uno de nosotros es fundamental para combatir ambos temas.

Tenemos la creencia de que somos conscientes de las consecuencias ante las que nos enfrentamos, y las asumimos con valentía y chulería en algunos casos, con pasotismo, con resignación en otros, pero cuando la evidencia se hace real, cuando ves el humo cerca de tu casa, en tus sierras, cuando temes salir a tomar un café porque hay un caso diagnosticado, el miedo, la alarma, incluso el pánico, se apodera de nuestro raciocinio y nuestro egoísmo personal, la mala educación, la falta de humanidad, el instinto natural de supervivencia empiezan a florecer.

Hemos visto como un solo contagiado en una población es capaz de cerrar los comercios, de acabar con todos los esfuerzos de las administraciones para reactivar la economía, de echar por tierra los lentos avances para que recuperemos la confianza que hemos ido perdiendo. Un daño irreparable, que queda como una herida profunda que tarde o temprano terminará sangrando y que nos puede llevar a un fatal desenlace.

Igual pasa en nuestros montes cuando se desata un incendio por pequeño que sea. Este verano hemos perdido casi trescientas hectáreas de monte mediterráneo en los dos grandes incendios, y los diferentes conatos, que se han producido en la provincia de Almería. Pueden parecer poca cosa si lo comparamos con los de Australia, los de Siberia o del Amazonas del año pasado, pero en cada uno de ellos hemos perdido la defensa de nuestro suelo, la vegetación que evita la erosión de nuestra provincia, la desertificación que como una espada de Damocles pende sobre nuestra provincia.

Luego podemos consolarnos comparándonos con otros lugares, y presumir de nuestros profesionales que se han jugado la vida en los hospitales y en los barrancos para evitar males mayores. Los aplaudimos, los vitoreamos, les damos palmaditas en la espalda, pero luego nos olvidamos de ellos, los volvemos a abandonar hasta una nueva tragedia, cuando ya no hay nada que hacer salvo rezar para que no vuelva a soplar el viento, para que la humedad y la temperatura no se alineen contra nosotros, para que las perdidas sean las menos posibles.

A muchos no les gustó que se comparase la crisis sanitaria con un estado de guerra, y quizás tampoco les guste que lo compare con un incendio, pero creo que es una manera muy grafica de recordarle a todos que el fuego no se ha extinguido, ni siquiera está controlado. A lo mucho hemos conseguido estabilizarlo, pero las ascuas siguen incandescentes y el bosque corre el peligro de desaparecer ante nuestros ojos y sumirnos en cien años de oscuridad, de soledad.





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