Era necesario celebrar una fiesta y alegrarnos

IV DOMINGO DE CUARESMA

Lecturas: Josué 5, 9a. 10-12. El pueblo de Dios, tras entrar en la tierra prometida, celebra la Pascua. Sal 33. Gustad y ved qué bueno es el Señor.2 Corintios 5, 17-21. Dios nos reconcilió consigo por medio de Cristo. Lucas 15, 1-3. 11-32. Este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida

La palabra de Dios proclamada en la celebración de la Eucaristía nos invita a la minuciosa contemplación de los textos. Nuestra aproximación requiere una mirada atenta y un oído entrenado. El latir de nuestro corazón ha de familiarizarse con el palpitar del ritmo litúrgico. Así podremos adentrarnos en la alegría inesperada pero siempre ofrecida y que subraya la proximidad de las fiestas pascuales (antífona de entrada y primera oración). Hemos de buscar que aquel encuentro de Dios con Moisés en la zarza ardiente y que se prolongó en las diversas etapas del desierto repose en la celebración de la pascua de la tierra prometida…del don del banquete dominical. Aquel pueblo se acostumbró a la esclavitud, se instaló en la queja pero no buscó cauces de libertad. Sólo en el caminar con Dios se fundirán sus cadenas. No son años perdidos, es el tiempo necesario para reconocer la obra de Dios y recibir sus Palabras como guía de vida. Se acabó la arena del desierto, cesó el pan si cuerpo. Ahora tocan los frutos de la tierra. El cuerpo de Cristo ha dejado al maná obsoleto. ¿Cómo no cantar con el salmista: “Gustad y ved qué bueno es el Señor”?

El evangelista nos regala un fragmento de un todo más amplio de esperanza, perdón y alegría. Podemos designar sin temor a equivocarnos que asistimos al corazón de todos los evangelios. En los caminos de ida y vuelta que nos presenta poblados de personajes, difícilmente no hallaremos nuestra sombra entre sus versos. Un hombre desvela el drama de su hogar siempre incompleto. Una humanidad en permanente desencuentro que ignora el amor de quien se prodiga en misericordia y que la derrama sin escatimar sobre quienes nos obstinamos en transitar escenarios carentes de fraternidad. Sólo Jesús nos puede ofrecer la imagen más viva del amor ilimitado del Padre. Quién no ha sentido su vida como si de un deambular por tierra extraña se tratase. Sentimos una nostalgia nunca satisfecha. El barro denuncia una fragilidad que enmascara el ambiguo rostro del progreso. Al final del sendero sin embargo acontece el beso y la fiesta. ¿Habrá alguna manera más humana y divina de manifestar el perdón? Pongámonos en camino, volvamos a la casa del Padre.

Ramón Carlos Rodríguez García

Rector del Seminario

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