|
|
| PUBLICIDAD
|
Como cada día a la salida del colegio, Luisito caminaba hacia su casa con su pequeña carpeta azul bajo el brazo, a sabiendas de que abandonaba el mundo de los niños para adentrarse en el de los adultos, su condición de hijo único así lo había determinado desde el día de su nacimiento. Al atravesar el jardín y abrir la gran puerta de madera que custodiaba la entrada de aquella regia mansión, lo primero que podía verse, junto a la esbelta escalera que se encaminaba a la segunda planta, era el viejo retrato de su tatarabuelo, un ilustre médico que había llegado a ejercer su profesión en la corte, aliviando los males y pesares de los más distinguidos y nobles miembros del país.
A continuación se hallaban dos lienzos que mostraban el retrato de sus dos bisabuelos, médicos también, que parecían rivalizar el uno con el otro para ver quién era capaz de ostentar una pose más seria y distinguida. Inmediatamente después, eran los retratos de sus abuelos y abuelas, que al igual que los anteriores habían dedicado su vida a la noble ciencia de la sanación. Por último, dos cuadros de colores más vivos, mostraban a los padres de Luisito, que se conocieron en la facultad y acabaron formando matrimonio nada más terminar ambos la carrera de medicina.
Más allá de aquellos cuadros, la pared solo mostraba un color blanco impoluto que denotaba cierta impaciencia por recibir a quienes deberían continuar la saga familiar.
Luisito detuvo su mirada por un instante en aquel espacio vacío, después agachó la cabeza a la misma vez que sujetaba con fuerza su pequeña carpeta azul, entonces comenzó a caminar lentamente por delante de aquellos cuadros, lo que le produjo un desasosiego en su interior que solo le permitía mirarlos apenas con timidez, casi de reojo.
Aquella tarde, Luisito necesitaba sumergirse cuanto antes en la intimidad de su habitación porque en su carpeta llevaba escondida una prueba irrefutable en su contra, que en caso de ser desvelada, resquebrajaría los firmes cimientos sobre los que estaba forjada aquella longeva dinastía de facultativos y revelaría una deshonrosa peculiaridad de su vida que durante tanto tiempo él había escondido a su familia, porque Luisito, guardaba un secreto inconfesable. Luisito, tenía buena letra.
M. Parra
|
