DOMINGO III DE PASCUA
Lecturas: Hch 5, 27b-32. 40b-41: Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo. Sal 29: Te ensalzaré, Señor, porque me has librado. Ap 5, 11-14: Digno es el Cordero degollado de recibir el poder y la riqueza. Jn 21, 1-19: Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado
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Comenzamos con un breve apunte litúrgico. Este domingo se conoce con el nombre de Dominica Iubilate. La alegría debe estar siempre presente en toda manifestación litúrgica y en especial en la celebración de la Resurrección.
El domingo pasado podíamos refrescarnos a la sombra de Pedro (1ª lectura). Al igual que aquellos enfermos, experimentamos la esperanza que el “viviente” ha traído al mundo y que a través de la Iglesia hace palpable y cercana. Hoy el evangelio se esmera en subrayar la figura de Pedro. En diferentes escenas, el narrador nos ha presentado los grandes protagonistas: “el discípulo amado”, los discípulos en general y especialmente a las discípulas, María la madre de Jesús y María Magdalena.
La figura del que negó su amistad con Jesús, adopta a menudo un perfil secundario. Incluso podemos atrevernos a decir que aparece como antagonista y en ocasiones subordinado a la figura del que estaba reclinado sobre el pecho del Maestro. Este capítulo 21 y ante el inquietante interrogatorio que desde la clave del amor aplasta y libera a quién todavía es llamado Simón, brota el discípulo elegido como pastor. Ahora cumple la verdadera condición de buen discípulo.
Durante la Pasión negó tres veces a Jesús, ahora ahonda en la triple llamada al amor. Aprendemos bajo este signo, que cuando la comunidad se aleja de este diálogo y busca otras motivaciones, desvirtúa el encargo recibido. Tristemente si nos descuidamos, podríamos darle la razón a San Juan XXIII que llegó a decir: “a dos mil años de distancia, el mandamiento nuevo sobre el amor, lo tenemos sin estrenar los cristianos”. Muchas son las cosas que tendrá que aceptar nuestro baqueteado apóstol. De la pesca ha de pasar al pastoreo, entregándose al cuidado de los demás hasta dar su vida, a ejemplo de Jesús, Buen Pastor. Cuando era joven actuaba a su antojo, siguiendo a Jesús aceptará la muerte que culminará en resurrección. Absolutamente enamorado de Jesús renovará el seguimiento que inició bajo aquella mirada que lo marcaría para siempre (1,42). Sólo desde el amor ejercerá su labor, invitando a todo dirigente a “gobernad no como dictadores de quienes están a vuestro cargo, sino como modelos del rebaño” (1 Pedro, 5,3).
Ramón Carlos Rodríguez García
Rector del Seminario
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