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Hay cierta edad donde uno medita y añora empezar de cero. Revivir viejas pasiones que en el transcurro de los años, a veces, no deja de martirizarnos. Amor de juventud. El despertar del amor. Esa necesidad imperiosa de tener a todas horas al ser querido. Respirar su aire y celoso de miradas ajenas. Ese cosquilleo interior de zozobras que te indica que necesitas a esa persona al lado tuyo. Que lo demás, carece de importancia. Que has creado un mundo donde solo caben los dos. Esa auto-exigencia de saber lo que esta haciendo en este momento tu ser amado. Esa agonía de no poder visualizarla a cada instante. Esa penitencia que arrastra su ausencia. No hay vida lejos de ella. Todo tu pensamiento lo inunda y anega la persona querida. Ese amor donde son dos cosas a la vez: La que te hace reír o llorar. Te angustia o te llena de esperanza. Te hace sufrir o gozar. Te derrota pero sigues en la lucha. Ese amor que…
- Sigue así. – me estimula mi regadera guiñándome uno de sus agujeros – Aparte de que al académico Vargas Llosas se le salten la lagrimas leyéndolo; a Camilo Sesto se le abra el esfínter y a José Luis Perales ya lo tengas al acecho.
- ¡Me importa una leche! – contesto impetuoso; frunciendo el ceño y mostrando un “gracioso mohín poco agraciado” (*) – Quiero expresar lo que uno siente cuando el amor, el deseo, se ha esfumado y no precisamente por la calle de en medio. Quiero recuperar, en el apartado sentimental, momentos de pasión. Fogosidad que ya tengo casi olvidada pero que me impongo no resignarme a ello. Quiero recordar que cuando perdí mi virginidad, no fue tan humillante. Deseo volver a ser virgen otra vez. Quiero seguir en la lucha. Me desespera cuando alguien irrumpe, rendido y derrotado, que su tiempo del amor; el apego de amar de nuevo, ha quedado confinado, amarrado por el paso del tiempo. Que hay que contemplar todo con desdeñosa indolencia. Que eso queda para la estirpe mas joven. Que la obsoleta y trasnochada “Ley de Vida” es la normativa a seguir cuando se es racional en el comportamiento y por ende, el pensamiento. ¡Pues no! Quiero volver a sentir amor. Quiero volver a sentir ese cosquilleo, a veces martirizante y a veces esperanzador que sentía la primera vez que bese a una chica. Curiosamente, aun recuerdo el nombre de quien fue la primera. Quizás por ello, el primer beso, nunca se olvida. Sin hablar. El que se da en silencio. Esa exquisita y dulce afonía que inunda tu ser cuando sobran las palabras. Quiero volver a estar al día. El pasado es hoy.
- Te recuerdo – me aclara mi regadera con marcada ironía - que antes, los jóvenes como tú, los muslos de las jovencitas, hoy mudadas en abuelas, era la parte más erótica de su contorno. Donde todas las miradas convergían en ellos como tótem; un emblema rivalizando con el resto de su cuerpo. ¡Vamos!: como valorando y juzgando el “genero” Hoy en día, una rápida mirada a su culo, su trasero, ya analizas y comparas lo que puede dar de si. ¡Fíjate como ha cambiado el “perímetro!
- Aun así. - contesto mientras reflexiono detenidamente en el “berenjenal” donde me he metido maldiciendo que si no estuviera mi regadera como impenitente detractora, este escrito me saldría bordado – Y condenado a acogerme a una “emérita jubilación” ( del latín “eméritus”. “Salir por la puerta de servicios”) antes de hora, sigo insistiendo que la avidez carnal, el deseo, sigue vigente hasta que las campanas de la iglesia me anuncie que mi virilidad, fue muy complaciente pero que debido al “desgaste” sufrido, ha finiquitado en flácid… placido reposo.
- Podías acudir a una Residencia de Ancianos- sugiere mi regadera – Un recinto cerrado. A veces tienen árboles. La sopa como comanda mas solicitada. Culebrones venezolanos que los que los siguen, debido a su edad, no llegan a ver como acaba y cuatro paredes adornadas con cuadros de un tal Dali-nez, conforman un panorama idílico, muy propensos al amor entre las buenas personas residentes. Mi opinión es que tu encajaría. Tal como te conozco, no desentonarías.
- No – protesto airado – No es eso, que diría José Ortega y Gasset. (Que pasen los tres, ordeno Franco a su ayudante en una audiencia concedida a nuestro filosofo y ensayista) Lo que yo pretendo es tener una ilusión. Algo que me haga sentir de que todavía estoy vivo. Que todavía puedo amar sin sentir la presencia del hacha del rechazo. Una nueva experiencia donde el adormido sentimiento del deseo disipe toda frustración de muchos años en común con otra persona donde solo les une la tolerancia y el respeto. La comprensión y el cariño. Donde solo hay eso. No hay nada más. Por eso, no quiero ser indiferente a una nueva llamada del amor. Lo deseo pero soy prudente en el posible hallazgo. No me esfuerzo pero tampoco le concedo pausa muy consciente de que el tiempo no es precisamente mi más fiel aliado, aunque te asegure que a cierta edad, puedes perseguir que en tu mundo todavía cabe todo lo posible.
Hace unos años, cuando mi “serrano” cuerpo lo exhibía por Europa en un Trailer-Frigorífico, mis ideas eran muy distintas a las que plasmo en esta “invocación” El trabajo ocupaba toda mi mente y solo me preocupaba de llegar a tiempo y no volver a destiempo. Hoy en día, de ocio permanente, la cosa ha cambiado y he pasado del stress al sedentarismo. Ahora reflexiono mejor por la abundancia del tiempo libre y pienso que lo expuesto, es lo que siempre he deseado y el trabajo me ha privado de ello. No quiero ni pensar, que la falta de el, sea motivo de trabas a mis deseos e ilusión. Que la carencia, la inanición laboral, haya coartado mis pretensiones sentimentales.
Me niego, como “escandalosa” premonición, a entonar la perversa canción “Quien no trabaja, no tiene amor” del insigne y meritorio pensador Raphael.
Juan Marcelo
(*) Corín Tellado
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