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Están en plena fornicación cuando se oye la puerta de entrada. –Mi marido, métete en el armario. Se mete el tío en el armario y sale ella a recibir al marido. –Hola cariño, no te esperaba tan pronto. El marido hace una mueca y se sienta en la cocina. –Te pongo el desayuno, dice ella. Cuando estaban terminando de desayunar, se oye un griterío por el patio. -¡Fuego!, ¡Hay fuego en el edificio, todo el mundo fuera! Y en todo el desconcierto, presos del pánico, mientras bajan cagando leches los vecinos por las escaleras, se oye una voz en la lejanía: ¡Primero los muebles! ¡Qué saquen primero los muebles!
Cuando con la delación se prendió la mecha en Nóos, ella se quedó encerrada, como si no supiera nada de nada, y ahora quieren sacar los muebles como si nadie hubiera dentro. Todo el mundo sabe que hay gato encerrado. Todo el mundo, la opinión pública, sabe que se está pillada, que no tiene escapatoria, que no es invisible aunque se quiera decir que ella sólo se dedicaba a amar a su marido.
Ella no sabe, no se acuerda, no le consta cómo los millones de euros iban para arriba y para abajo. Ella sólo amaba a él, lo demás pertenece a la villanía que siempre ha sido así, ha sido así a lo largo de la historia: nunca ha entendido a la realeza, es algo que se les escapa debido a su obcecación.
La democracia es lo de menos cuando se trata de la defensa del honor y de la realeza. La democracia sirve para rajar y votar, para inculpar y votar, para discutir y votar, sirve para votar la propia sentencia de muerte del decreto-ley, por ejemplo, para hacer sumarios y comparecencias… pero cuando llega la hora de la verdad… ¡hay amigo!, cuando llega la hora de la verdad hay que salvar los muebles; por lo menos salvar los muebles, y que ardan todos los demás.
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