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El ascenso de Podemos ha hecho sonar las alarmas de los partidos políticos de ámbito nacional porque todos han bajado la perspectiva de voto, y esto supone una nueva e insólita configuración del Parlamento, configuración que puede poner a prueba a la democracia misma; y esto porque supone tener que aceptar una imprevisión largos años a, una incertidumbre que difícilmente soportarían los que se acostumbraron a los letargos de los cuatro años, a mandar sin tener que desvivirse, titubear o temer por alguna pérdida o alguna penuria: antes de lo que pueda venir las cosas son o eran de una determinada manera, a partir de un aproximado triple empate, las cosas serán lo que fije en cada momento la correlación de fuerzas e intereses. Por eso lo interesante de lo que se avecina tras las próximas elecciones generales.
De lo que no cabe duda es de que se va a producir un cambio de verdad, no como aquél propiciado por González, el encantador de serpientes, que engañó hasta sus mismos correligionarios. El porvenir es cambio total, tan total que ya no va a poder decidir un grupito lo que tenga que suceder. Se acabaron los decretos leyes, eso para empezar; pero también se acabará con esas inversiones desde la ventaja y con esos beneficios insultantes para el resto de la ciudadanía. O de otra manera, el ascenso de Podemos llevará consigo el se acabó lo que se daba.
Ante tal panorama pueden groseramente suceder dos cosas: o la adquisición de una nueva cultura política que haga que la ciudadanía respete lo público y, por tanto, promueva la solidaridad y reniegue del ventajismo y el enchufismo… o la aparición de la España negra, de esa España de la historia unilateral de España, la España de las cunetas, presa del pasado ruin y la hijoputed que dio pie al pistolerismo.
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