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¿Cómo abordar los problemas prácticos, que son los problemas con los que se desarrolla la democracia? ¿Es necesario converger en una única verdad o, por el contrario, basta con distinguir entre una justificabilidad presente y futura? En otras palabras: ¿hemos de alcanzar conceptos universales o basta con contextualizar las justificaciones? Se desprende de esta pregunta última que hay que hacer útiles a los conceptos, si es que queremos una política auténticamente democrática.
Los posicionamientos empiricistas, que dejan a un lado todo tipo chauvinismo, tanto el nacionalista como el populista, y que combaten los particularismos elevados a categorías universales, esos posicionamientos, son, ante todo contextualizaciones.
Contextualizar es considerar a la realidad no como una y en la que todos los conocimientos convergen de modo necesario, sino como manifestándose plural y en permanente ajuste y conflicto (Mao “De la contradicción” 1937).
Como dice Richard Rorty (2000), más allá de encontrar validez universal en cualquier momento de un proceso empírico –pensemos en la lucha por una sociedad del bienestar- de lo que se trata al considerar el contexto es de cómo persuadir a los individuos para que el público que consideran competente y la comunidad de justificación que consideran relevante, sean cada vez más amplios.
En esto último es en lo que consiste la política democrática, es esto último la política democrática. Este es el papel pragmático de Rorty, frente a las pretensiones ultrarracionalistas del fetichismo kantiano llevado a cabo por Habermas, Apel y Wellmer en este inicio del XXI. ¿Obama vs. Merkel?
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