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Nunca en la historia reciente de nuestro país, en periodo democrático, se han cometido desmanes tan tremendos y a la vez tan tremebundos como los que se produjeron en la era Pujol en Cataluña y, ahora, en la etapa Rajoy, en España. Nunca el entorno de la clase política en el poder y la política misma, han rezumado tanta corrupción y desatino. Hasta el punto de considerar el robo como acción patriótica en el caso catalán, y como abuso de poder en el caso español.
Cuando esos cristianos roban en el medio político no consideran el robo como pecado, porque no se le quita a nadie nada, a nadie se le ha entrado en casa, a nadie le han abierto el coche, a nadie se le ha metido la mano en la caja –no hay un ‘alguien’ al que considerar robado-, sino que al coger un dinero ‘estructural’, un dinero sin nombre propio, lo que se está haciendo es jugar con ventaja, ser listo, y eso no es pecado –no hay conciencia de pecado, sólo de ser un pillín.
Cuando el ardor patriótico cobra el impuesto revolucionario del 3% sin necesidad de pistolas, entonces se aprueba por la causa, la causa lo exige, aún siendo el padre de la patria y toda su familia los beneficiados por el botín. Se considera al futuro como justificación, a la independencia como fin final, y entonces, como dijo el Honorable, no habrá necesidad de zarandear ni cortar las ramas del árbol que somos todos nosotros… y ahí calló el Parlament.
Afortunadamente, en esta jornada de reflexión en la que escribo, ya suena otra música que sabe a celestial porque ya no habrá más, nunca máis, choricetes en el poder y en las instituciones; la ‘gente’, que es como gusta llamar ahora al conjunto de las clases sociales, no será ninguneada por el poder absoluto y, afortunadamente también, ese final del bipartidismo hará posible un verdadero cambio democrático, que ya va siendo hora.
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