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Es un craso error pensar que con nuestras creencias logramos representar la realidad, y el error es mayor aun si este plano de las creencias lo llevamos a la política democrática. Los que piensan eso son, filosóficamente hablando, antirrealistas; piensan que la verdad no depende de la realidad sino de los pensamientos que tengamos sobre ella, es decir, de lo que pensemos, de lo que queramos pensar e incluso de lo que tengamos que pensar –en un momento dado- por mor de lo políticamente correcto.
Así, según los vientos que corren por el suelo patrio, hoy por hoy, la verdad sobre la unidad de España está por encima de todo, aunque ese todo tenga que admitirse como algo irracional, algo sobre lo que no caben razones, esto es, ampliaciones para un mejor análisis, siempre enfocado a un despliegue de la política democrática (a la sazón Habermas, Apel, Putnam), un análisis que justifique que hay mucho más que decir –más que decir de lo que dice la creencia antirrealista a pie juntillas- y que lo que hay que decir es importante.
Por eso me da miedo cuando oigo a Susana Díaz, haciendo de Rajoy o de lo que proclama la Falange, diciendo que la unidad de España es incuestionable. Lo que Susana Díaz quiere es coger votos, nunca antes decía estas cosas, porque antes no tocaban: es aquí donde emerge la torpeza de los ideólogos, asesores, sociólogos y psicólogos de PSOE. Es aquí también donde se expresa el meollo antirrealista que pretende definir la realidad –la situación política de Cataluña- según se amolde o no a lo que uno piensa.
Ese error se paga siempre. En filosofía el pago es más que todo simbólico -> ya se sabe que en filosofía todo cabe, cada uno puede decir lo que le da la gana y tener razón a la vez, pero en el plano político las consecuencias son muy importantes porque se trata de dar la espalda, por decreto, a dos millones de individuos que sólo pretenden que se tenga en cuenta su opinión.
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