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Como hemos nacido dentro de una distorsión, y hemos crecido en ella, nos es muy ajeno entender en qué consisten realmente las relaciones humanas. La política ya no está en el mundo de las cosas, en el mundo real, sino en los libros, en esa otra realidad necesaria que es el mundo de los libros; ahí, en los libros están depositados los pensamientos del hombre a lo largo del tiempo, y es ahí dónde hemos de manejarnos, si es que no queremos caer en el delirio de la incomprensión. Qué tiene que ver Amat, Hernando o Arenas, por ejemplo, con los libros: nada, pues ya está claro.
Ahora bien, hay en las teorías políticas democráticas muchas cuestiones en las que podemos trabajar a lo largo de nuestra vida para poder decir alguna vez, pocas, la verdad, que hemos llevado una existencia auténtica, a diferencia de otros que se han dedicado a dar por saco. Y esto entristece a todo aquel que se precie, y aun siendo no del todo una cuestión sentimental, sí que se sufre debido a esa incomprensión y, sobre todo, a la insensibilidad, cuando comprobamos los engaños en los que han sumido a gran parte de la población nuestra -> baste cantar la letra de Krahe de “Cuervo ingenuo”.
En definitiva, desde el final de la Segunda Guerra, los partidos han hecho el vacío a los intelectuales (ver a Gramsci) y artistas y los han sustituido por hombres de negocios, profesores y letrados: los primeros a hincharse y los dos segundos a pelearse, a acumular poder todos. ¿Cuándo la política volverá a ser lo que era en el último tercio del XIX y primero del XX? Nunca. Lejos estamos del ideal igualitario, de la acción inclusiva, de programas de progreso social, en definitiva, de una etnología en la que el individuo sea cada vez más ‘el otro’, aunque le pese al neoliberalismo burgués y al mamarracho de la socialdemocracia.
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